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FRANCISCO EN CHILE | El Papa de la sorpresa

Fue una decisión que conmovió al mundo. El Papa Benedicto XVI renunció a su pontificado el 11 de febrero del 2013. El cardenal Joseph Ratzinger no se sentía con fuerza física para ejercer de forma adecuada el ministerio petrino. Una determinación histórica que no sucedía en el catolicismo desde la dimisión del Papa Gregorio XII en el año 1415. Un cónclave fue convocado tras ocho años para elegir al Sumo Pontífice de la Iglesia Católica. Los candidatos a la sede apostólica vacante eran varios entre los 155 cardenales electores. El cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio fue el sorpresivo purpurado elegido como el nuevo Sucesor de Pedro. El Arzobispo de Buenos Aires se transformó en el Papa número 266 de la historia. Un sacerdote jesuita que casi asume la dirección política, espiritual y apostólica de todos los católicos en la elección papal del año 2005.

La renuncia al papado no representa un caso aislado en la historia de la Iglesia Católica. El primer Papa en ejercer ese derecho fue Clemente I en el año 97 tras ser arrestado y condenado al exilio a la actual región rusa de Crimea. El Papa Benedicto IX, quien asumió como Sumo Pontífice católico en tres oportunidades, dimitió forzadamente en favor de Silvestre III en 1044 y de Dámaso II en 1048. El Papa Celestino V, un monje benedictino de 85 años elegido como Papa tras más de dos años de sede vacante, renunció de forma voluntaria después de cinco meses de pontificado en 1294 a raíz de una enfermedad, por falta de conocimientos y para retornar a su vida de ermitaño. El último Sucesor de Pedro que abandonó su papado fue Gregorio XII en 1415 con la intención de detener el Cisma de Occidente que aquejaba al catolicismo desde 1378 con la elección de Gregorio XI. Eso fue hasta que el 11 de febrero del año 2013, el Papa Benedicto XVI anunció su dimisión al no sentirse con las fuerzas para ejercer de forma adecuada el ministerio petrino. Una decisión que el cardenal Jorge Mario Bergoglio calificó como “un acto revolucionario muy meditado en presencia de Dios”. La sede apostólica quedó vacante nuevamente tras ocho años y un nuevo cónclave fue convocado para el mes de marzo del 2013.

El cardenal Bergoglio fue convocado una vez más a Roma. Fiel a su estilo austero cambió su boleto de primera clase por uno de clase turista. De acuerdo a la autora Evangelina Himitian en su libro Francisco El Papa de la Gente, el futuro Sumo Pontífice viajó liviano, sin mucho equipaje, sola con una valija chica como siempre lo hacía en donde llevaba además de su ropa alfajores y dulce de leche para sus amigos. En la obra de la autora argentina se relata que el arzobispo se despidió de sus cercanos en Buenos Aires con un “nos vemos en un par de semanas” porque no quería “agarrar ese fierro caliente” que era el papado. Esos últimos encuentros con sus seres queridos y colaboradores parecían configurar un destino inexorable, no en su deseo sino más bien en su fuero íntimo, en su convicción y en su intuición. Ni tampoco en la opinión pública ya que su nombre no figuraba entre los principales cinco candidatos de la prensa vaticanista. En el libro Francisco El Papa de la Gente se establece que el verdadero desafío que enfrentaba el cónclave del año 2013 era el de reconciliar a la Iglesia Católica con lo que el mundo entero esperaba de ella: honestidad, transparencia, austeridad, coherencia, cercanía y mayor apertura. En ese escenario aterrizó en la capital italiana la mañana del 27 de febrero para reunirse con el resto de sus compañeros del Colegio Cardenalicio. Su viaje de vuelta a Buenos Aires que finalmente no utilizó estaba previsto para el 23 de marzo. Un pasaje al cual si recurrió tras el cónclave del año 2005.

El Cónclave de 2005

La ciudad de Roma se convirtió en el centro del mundo durante el mes de abril del año 2005. Una marea humana proveniente de los cinco continentes esperó día y noche para rendir sus respetos al Papa Juan Pablo II. La basílica de San Pedro se llenó de una fila interminable de  fieles que silenciosamente rezaban mientras pasaban en frente al féretro encima del cual reposaba el cuerpo del fallecido Sumo Pontífice. Un rebaño fiel orante y doliente nunca antes visto en la historia. Su desahogo era un recordatorio para los cardenales del legado valioso que debían conservar. Esta era también una experiencia totalmente nueva para los fieles católicos, para el mundo no católico, para los propios purpurados y para los miles de medios de comunicación que cubrían por primera vez una sede apostólica vacante. Este hecho no sucedía desde el año 1978. En el emotivo funeral del papa polaco se recordó su vida, sus enseñanzas espirituales y sus obras apostólicas. Durante los nueve días de luto oficial posterior a sus exequias, los 115 cardenales electores se reunieron en las denominadas Congregaciones Generales para conversar y debatir sobre varios temas relacionados al estado de la Iglesia Católica como sus necesidades, dirección futura, el perfil ideal del nuevo Sucesor de Pedro y sobre todo para conocerse entre ellos.

La prensa vaticanista de la época aseguró que antes de ingresar a la Capilla Sixtina para el cónclave de 2005 se formaron dos bloques designados como riformisti y rigoristi. El grupo de cardenales conservadores contaba con un candidato claro. De acuerdo al autor Austen Ivereigh en su libro El Gran Reformador, el elegido de esa ala más dura de los purpurados era el alemán Joseph Ratzinger. El autor asegura que era una mezcla perfecta entre un teólogo imponente que justificaba el centralismo romano, capaz de sacar adelante el legado de Juan Pablo II, pero que también era el más colegial de los cardenales de la curia vaticana. El Panzer Cardinal era conocido por todos, los llamaba a todos por su nombre y con frecuencia se dirigía a ellos en su misma lengua. Durante esas semanas previas al cónclave, monseñor Ratzinger dirigió y unificó a un colegio cardenalicio fragmentado y desorientado. El grupo de purpurados reformistas en cambio no contaba con un candidato claro. Lo que si circulaba con fuerza en ese círculo era la idea de promover a un Sumo Pontífice latinoamericano, sin embargo, los cardenales latinos no organizaban ni eran organizados. En esas conversaciones sobre el perfil del futuro Papa, el arzobispo de Buenos Aires fiel a su estilo rehusó todas las invitaciones a cenar, no concedió entrevistas y permaneció discretamente en su residencia de la Via della Scrofa compartiendo con sus amigos.

La noche del domingo 17 de abril, los cardenales electores se trasladaron a su nueva residencia vaticana en la Casa Santa Marta. La mañana siguiente concelebraron la misa pro eligiendo papa en la basílica de San Pedro y luego se dirigieron en procesión hacia la Capilla Sixtina en donde antes de comenzar el cónclave prestaron su juramento de no revelar a nadie los detalles de la elección. Para mantener el proceso secreto después de cada votación se queman las anotaciones, los votos y el recuento final de los resultados en una estufa. El humo que sale a través de la chimenea de esa estufa de la Capilla Sixtina puede ser negro o blanco indicando la elección o no del nuevo Sumo Pontífice. Lo que si sucede es que el Cardenal Camarlengo redacta el resultado oficial de toda la elección papal para que pueda ser archivado. Es por este motivo que los datos que surgen con el tiempo de lo que pasó son siempre tomados como no oficiales. Tras el cónclave del año 2005 no obstante una revista vaticanista publicó un artículo en donde recoge el detalle de cada una de las votaciones que un cardenal anónimo anotó en su diario. Son datos no confirmados pero que nadie se atrevió a negar. En la primera votación que se realizó el lunes en la tarde Joseph Ratzinger obtuvo 47 votos mientras que Jorge Mario Bergoglio sacó 10 votos. Una verdadera sorpresa ante la falta de candidatos claros del bloque reformista. El resto de los sufragios se repartió entre otros cardenales. El autor Mario Escobar en su libro Francisco El Primer Papa Latinoamericano cuenta que ante su aparición como papable en la primera votación Jorge Mario Bergoglio se mostró en las comidas y en las reuniones posteriores como una persona esquiva y abrumada por la responsabilidad que podía caer sobre sus hombros.

El autor Austen Ivereigh en su libro El Gran Reformador relata que el bloque reformista, conformado por purpurados europeos, norteamericanos y latinoamericanos, centró sus esfuerzos en aumentar la votación del arzobispo de Buenos Aires. Ellos buscaban que el nuevo Sucesor de Pedro desarrollara un gobierno eclesiástico más colegiado y pastoral. El jesuita argentino cumplía cabalmente con ese perfil. Este enfoque se plasmó en los dos escrutinios de la mañana siguiente. El cardenal Bergoglio alcanzó 35 y 40 votos frente al cardenal Ratzinger que consiguió 65 y 72 votos. El mismo Papa Francisco manifestó que ante este escenario sintió “pudor y vergüenza cuando escuchaba mi nombre entre los grandes candidatos para convertirme en Papa”. El periodista Marco Tossatti, vaticanista del diario italiano La Stampa, y otros especialistas en el tema aseguran que fue el propio cardenal argentino quien desactivó la operación del bloque reformista para convertirlo en Papa. El arzobispo bonaerense no buscó el poder sino que fomentó la unidad, la convergencia y el consenso en el cónclave. No se sabe cómo ni dónde pero le pidió a sus compañeros que votaran por el cardenal alemán. Esa petición se reflejó en la cuarta votación concluyó 84 a 26 a favor de Joseph Ratzinger que obtuvo los dos tercios de votos necesarios para transformarse en el Sumo Pontífice número 265 de la historia de la Iglesia Católica.

Aunque los relatos no oficiales del cónclave del año 2005 los presentaron como fuerzas antagonistas, de acuerdo a su amigo y filósofo uruguayo, Alberto Methol Ferré, el futuro Sumo Pontífice coincidía con él que tras la muerte de Juan Pablo II hacía falta un papado europeo de transición y que el cardenal Ratzinger “era el hombre indicado para ser Papa en esos momentos”. De hecho, el Papa Francisco manifestó en el viaje de retorno después de la Jornada Mundial de la Juventud de Rio de Janeiro que “me alegré muchísimo cuando lo eligieron Papa\” en referencia al cardenal Joseph Ratzinger. En su regreso a Roma para un sínodo sobre la Eucaristía en octubre del 2006, el cardenal Jorge Mario Bergoglio declaró ante los periodistas que se sintió confundido y algo dolido por las indiscreciones que lo habían presentado como un rival discrepante al Papa Benedicto XVI en el cónclave del año anterior. El cardenal argentino no aparecería en la escena mundial hasta que comenzó el proceso de elección papal del año 2013. El diario El Mundo de España ubicó al arzobispo de Buenos Aires como uno de los “king makers” descartándolo como favorito por su edad pero con la misión de fomentar la candidatura de un cardenal transatlántico al papado. Una tremenda sorpresa se llevaría tanto el periódico español como la mayoría de los medios de comunicación del mundo unos días más tarde al escuchar su nombre anunciado como nuevo Papa por el cardenal Protodiácono Jean- Louis Turan en el balcón principal de la basílica de San Pedro.

El Cónclave de 2013

El cardenal Jorge Mario Bergoglio aterrizó en el aeropuerto de Fiumicino, recogió su única maleta, tomó un tren hasta la estación Termini y después un autobús que lo llevó a la Via della Scorfa en donde por 85 euros la noche se chequeó en una habitación en la residencia Domus Internationalis Paulus VI. Las Congregaciones Generales comenzaron el 4 de marzo con la presencia de 115 cardenales electores de los cinco continentes. Los resúmenes diarios del portavoz de la Santa Sede, monseñor Federico Lambardi, las conferencias de prensa de los purpurados norteamericanos y las filtraciones publicadas por los periódicos italianos dieron a conocer que la corrupción y el mal funcionamiento del Vaticano eran los temas recurrentes en los discursos de los electores no pertenecientes a la curia romana. Los cardenales de la periferia deseaban una nueva forma de gobernar más colegiada y un contacto más fluido entre la sede vaticana y las iglesias locales. También surgieron temas como el ecumenismo, la caridad, la atención a los pobres, el dialogo interreligioso, la promoción de la justicia y la necesidad de nuevos evangelizadores para proclamar el evangelio de Dios en el mundo.

De acuerdo al libro El Gran Reformador de Austen Ivereigh, a diferencia de la elección papal anterior un reforzado bloque reformista tomó la iniciativa temprano. El autor de la obra relata que “al haber aprendido la dinámica de los cónclave, sabían que los votos iban a quien sale con fuerza del cajón de salida. Su objetivo era asegurarse desde el principio al menos 25 votos para Bergoglio en la primera ronda. No preguntaron al cardenal argentino si estaría dispuesto a ser candidato pero creían que la crisis de la iglesia haría muy difícil que rechazara su elección si esta se producía”. Más allá de estos trascendidos del comidillo político imperante en el cónclave, fue el propio arzobispo de Buenos Aires quien comenzó a pavimentar su camino al papado la mañana del 7 de marzo por medio su discurso ante la Congregación General. En su breve pero potente intervención consiguió retratar el momento preciso en que se encontraba la iglesia y ofreció tanto el diagnóstico como el remedio. Esta fue la instancia trascendental para el autor Austen Ivereigh en donde se vio que el cardenal Bergoglio “combinaba dos cualidades que casi nunca se dan juntas y que surge una vez en cada generación: poseía la genialidad política de un líder carismático y el misticismo profético de un santo del desierto”.

Su alocución resonó con claridad y con fuerza en los cardenales electores. En ella hizo referencia a la evangelización como razón de ser de la iglesia, al peligro de caer en la mundanidad espiritual que hace que la iglesia viva en sí, de sí y para sí, y en la necesidad de que el próximo Papa fuera un hombre que ayudara a la iglesia a salir de sí hacia las periferias existenciales. Esos tres minutos y medio de intervención frente a sus pares, que le recordó a los cardenales cuál era el propósito de la iglesia y la fuente de su vida, fueron afortunadamente rescatados por el cardenal Jaime Ortega de La Habana quien le pidió al futuro Papa Francisco que transcribiera sus apuntes del italiano al castellano para poder subirlos tras el cónclave al sitio web de la diócesis de la capital cubana. Antes de comenzar el cónclave el 12 de marzo y a diferencia de otros candidatos denominados papales, el cardenal argentino como era su costumbre optó por pasar desapercibido hasta su ingreso a la Casa Santa Marta. La mañana siguiente, los cardenales electores concelebraron la misa pro eligiendo papa en la basílica de San Pedro y  luego se dirigieron en procesión a la Capilla Sixtina en donde antes de comenzar el cónclave prestaron su juramento de mantener los detalles de la elección papal en secreto.

Hasta hoy ese juramento se cumplió a cabalidad. No ha aparecido ningún diario secreto de un cardenal elector con el relato de los pormenores de cada votación. Lo que se deduce a través de los comentarios posteriores al cónclave por parte de los votantes es que en el primer escrutinio el cardenal argentino superó ampliamente los 25 votos. En la segunda votación el arzobispo de Buenos Aires se desmarcó de sus contendores con más de 50 votos. Jorge Mario Bergoglio al igual que en 2005 se vio abrumado por lo que estaba sucediendo. Se dice que el cardenal Angelo Scola, uno de los papables más reconocidos, en un gesto parecido al suyo en el conclave anterior, pidió a quienes los apoyaban que votaran al purpurado latinoamericano. Ya en la tercera votación el escenario quedó aún más claro al acercarse el arzobispo bonaerense a los 77 votos que necesitaba para transformarse en el nuevo Sumo Pontífice. El cardenal estadounidense Timothy Dolan comentó tras el cónclave que “había en el cardenal Bergoglio una serenidad y una tranquilidad apreciables. Claramente sentía que era la voluntad de Dios”. Una apreciación que el mismo Papa Francisco comparte al rememorar que “yo soy más de preocuparme, de ponerme nervioso, pero no perdí la paz en ningún momento. Eso me confirmó que esto era de Dios”. Las dos enormes estufas de color bronce aún esperaban el desenlace de la votación para anunciarlo al mundo entero.

En la quinta votación del cónclave la balanza se inclinó en forma definitiva a favor del cardenal argentino. Sus más de 90 votos lo transformaron en el nuevo Papa de la Iglesia Católica. Un emocionado cardenal brasileño Claudio Hummes abrazó fuerte al arzobispo de Buenos Aires. Le dijo al oído “no te olvides de los pobres”. Esas palabras resonarían más tarde en el corazón del Sucesor de Pedro al elegir su nombre pontifical. El cardenal italiano Giovanni Battista Re se acercó al cardenal Jorge Mario Bergoglio para preguntarle si aceptaba su elección canónica como Sumo Pontífice. El jesuita respondió con firmeza “aunque soy un gran pecador, sí acepto”. Cuando monseñor Re le preguntó con qué nombre quería ser llamado, el purpurado argentino afirmó “me llamaré Francisco en honor a san Francisco de Asís”. Unos días después en una audiencia en el aula Pablo VI, el Papa Francisco relató que eligió ese nombre debido a que san Francisco de Asís fue “un hombre de la pobreza, de la paz y un hombre que amó y cuidó la creación”. Mientras que el Papa electo se vestía con la sotana y la banda de seda blanca en la Sala de la Lágrimas, los asistentes del cónclave quemaron las papeletas para anunciar al mundo a través de una fumata bianca que la iglesia contaba con su nuevo líder apostólico y espiritual.

Las campanas de la Capilla Sixtina comenzaron a sonar con fuerza. El público presente en la Plaza de San Pedro comenzó a celebrar de alegría. La autora Evangelina Himitian en su libro Francisco El Papa de la Gente describió muy bien ese momento: “la humanidad entera sabía que ya había un Papa y esperaba conocer su nombre”. La expectativa mundial era enorme  cuando el cardenal Protodiácono Jean-Louis Tauran realizó el anuncio oficial en latín. Con voz temblorosa y tono pausado dijo: “Annuntio vobis gaudium magnum: Habemus Papam!” La multitud en la Plaza de San Pedro estalló con gritos y aplausos. El purpurado francés continuó: “Eminentissimum ac reverendissimum Dominum, Dominum Georgium Marium Sanctæ Romanæ Ecclesiæ Cardinalem Bergoglio, qui sibi nomen imposuit Franciscum”. El anunció causó una serie de emociones a nivel mundial. Sorpresa. Emoción. Esperanza. Incertidumbre. El Papa número 266 de la Iglesia Católica es el primero no europeo en más de 1.200 años, es el primer latinoamericano, el primer jesuita y el primer Francisco en la historia del catolicismo. La ciudad de Buenos Aires estalló con la noticia. “¡El Papa es argentino!”. Un momento histórico para el catolicismo, para el mundo y sobre todo para los argentinos. ¡Tenían a Maradona, a Gardel y al Papa!

El Papa Francisco mientras tanto saludó a cada uno de los cardenales electores antes de dirigirse a rezar a la Capilla Paulina como lo exigían las reglas de la elección papal. De acuerdo a sus propias palabras, en ese instante lo invadió una gran ansiedad que despareció cuando una gran luz lo abrazó un momento antes de salir a saludar a la multitud que lo esperaba en la Plaza de San Pedro. Les confió a sus cardenales amigos que “una gran sensación de paz interior y libertad acudió a mí, que no me ha dejado nunca. Creo que el Espíritu Santo me ha cambiado”. La era del Papa Francisco comenzó con un “buona sera”. El nuevo Sucesor de Pedro comenzó su primera intervención como Sumo Pontífice ante los fieles bromeando con que sus hermanos cardenales habían ido a buscar al nuevo obispo de Roma “casi al fin del mundo”. Además agregó que “ahora empecemos este camino. Obispo y gente. Este viaje de la Iglesia de Roma que preside en la caridad sobre todas las Iglesias. Un viaje de hermandad, de amor, de confianza entre nosotros”. Antes de concluir con la bendición urbi et orbi y fiel a su estilo cercano a las personas, “el santito” pidió la bendición del pueblo para su obispo en un gesto que conmovió a todo el mundo.

En el libro El Gran Reformador se relata la conversación que tuvo con su hermana tras ser elegido como nuevo Papa: “Mirá, esto se dio así, y acepté” – “Pero, ¿cómo estás, cómo te sentís?\” – “Estoy bien, quédate tranquila” – “Se te veía muy bien en televisión, tenías una expresión radiante. Ojalá pudiera darte un abrazo” – “Nos estamos abrazando, estamos juntos, te tengo muy cerca de mi corazón”. Un relato muestra a Jorge Mario Bergoglio en todo su esplendor como persona. Esa humildad y sencillez que demostró en su primer encuentro con los fieles católicos congregados en la Plaza de San Pedro y en la conversación íntima con su hermana quedaron de manifiesto a todos cuando al otro día fue a pagar su habitación en la Via della Scrofa. O cuando esa tarde en la misa que celebró con los cardenales electores predicó de pie desde el púlpito, como lo hacía un párroco, en vez de sentarse en una silla como lo hacían los papas anteriores. O al destacar en esa homilía la relevancia de la oración en la vida de los católicos porque “quien no reza al Señor, reza al diablo”. Desde el comienzo se notó que sería un papado diferente a todos. Lo sabían bien los bonaerenses, ahora sólo faltaba que lo supiera el mundo.

En el próximo capítulo conoceremos los detalles de las dos encíclicas del Papa Francisco: Lumen fidei que trata sobre la fe desde la teología católica y Laudato Si en que el Sumo Pontífice aborda el tema del medio ambiente y el desarrollo sostenible.

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